Ellen acaba de cumplir once años y cree haber cometido un acto atroz: ha suplicado a Dios la muerte de su padre. Su mayor deseo se ha cumplido, pero a cambio enmudece por temor al poder de sus pensamientos. Sus padres estaban divorciados, pero las visitas de su padre alcohólico y colérico se volvieron cada vez más recurrentes. Antes habían sido una familia feliz: su madre es una de las actrices más famosas de Suecia, un dechado de alegría, y su padre era un hombre… diferente. El hermano de Ellen se atrinchera en su habitación, escucha música a todo volumen y orina en botellas vacías, mientras que su madre no para de repetir que forman «una familia luminosa», imponiendo su optimismo inflexible incluso cuando una oscuridad silenciosa amenaza con engullirlos a todos.