Tenía treinta años, un buen dossier de experiencias y una hija de dieciséis años… y tenía ya en su poder la esperada nulidad de su matrimonio.
¿Por qué, pues, continuar en aquella actitud fría y distante ante un hombre que la adoraba y con el cual sostenía unas relaciones íntimas esporádicas?
Porque, por lo regular, casi siempre es la mujer la que esperaba una palabra para casarse.
En aquel caso era todo lo contrario.
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