—Un día nos volveremos a ver —decía Aldo con ansiedad.
—Claro.
—¿Irás en mi busca?
—Te doy mi palabra.
No sé en qué instante empecé a llorar pensando en que aquella noche sería la última vez sabe Dios hasta cuándo o tal vez para toda la vida. Tenía entonces trece años, pero pensaba como una mujer y sentía con la fuerza de una adulta total.
El caso es que Aldo me secó el llanto, me prometió que volvería a Moulins y que no me olvidaría jamás.
Yo le creí, pero también creía que no iba a poder serle fiel después de conocer aquella deliciosa cosa que era el amor, el deseo o la posesión.
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