En el año 1204, ocurrió uno de los capítulos más oscuros de las cruzadas: la Cuarta Cruzada y el saqueo de Constantinopla. Esta cruzada, que enfrentó a cristianos contra cristianos, resultó en una serie de acontecimientos dramáticos que cambiaron completamente el rumbo de los objetivos originales de la expedición. Armados con fervor religioso, los ejércitos de la cristiandad occidental partieron hacia Oriente con el objetivo de liberar Jerusalén de las garras del islam. Sin embargo, las intrigas de los venecianos apartarían a los cruzados de ese objetivo y los llevarían a Constantinopla, el corazón del Imperio bizantino y la mayor metrópolis cristiana del mundo medieval.
Los venecianos, a quienes se les había encargado el transporte de los cruzados hacia su destino, tenían un interés particular en la conquista de Constantinopla: la ciudad era un centro comercial por excelencia y los venecianos querían controlar su riqueza. Por ello, aprovecharon la situación para persuadir a los cruzados de que debían atacar la ciudad en lugar de seguir hacia Jerusalén, a cambio de una remuneración económica. La mayoría de los cruzados aceptó la propuesta, y así se inició uno de los episodios más tristes y lamentables de la historia de las cruzadas.
La ciudad de Constantinopla, considerada hasta ese momento inexpugnable, fue asaltada por los cruzados en un episodio épico que conmocionó a toda Europa. A pesar de que la ciudad contaba con un ejército numeroso y supremamente entrenado, los cruzados lograron abrir brechas en sus defensas y tomaron la ciudad. Una vez adentro, los conquistadores saquearon la ciudad con un salvajismo brutal: asesinaron y violaron a mujeres, profanaron iglesias, saquearon el tesoro y dejaron que las llamas consumieran sus barrios.
Los saqueadores cruzados no solo atacaron los bienes materiales de los griegos, sino que también causaron graves daños a la cultura y el patrimonio histórico de Constantinopla. Bibliotecas enteras fueron destruidas, y gran parte de la rica colección de manuscritos y documentos históricos de la ciudad desapareció para siempre. La ciudad quedó en ruinas y en las semanas siguientes al saqueo, los cruzados se dedicaron a repartirse los botines de guerra que habían conseguido. Constantinopla, la capital del Imperio bizantino, nunca se recuperaría completamente de la devastación causada por este evento.
Los contemporáneos cristianos de la época no estuvieron unidos en su opinión sobre este hecho. Algunos lo celebraron, tomando la noticia como una confirmación de que Dios había condenado a los traicioneros griegos; mientras que otros, se horrorizaron ante esta perversión del ideal cruzado. Incluso el papa Inocencio III, que había apoyado la cruzada, se indignó al enterarse del saqueo y expulsó a los líderes de la cruzada de la iglesia católica.
El saqueo de Constantinopla por la Cuarta Cruzada es el episodio más trágico y lamentable de la historia de las cruzadas. A pesar de que la ciudad nunca recuperó su antiguo esplendor y poderío, el saqueo tuvo un impacto duradero. La crueldad y la avaricia mostradas por los cruzados durante el saqueo convencieron a muchos cristianos de que la cruzada no era la solución para las tensiones religiosas y políticas de la época. En cambio, lo que debía ser una lucha por la fe se convirtió en una muestra de la brutalidad y la deshumanización a las que puede llegar el ser humano, incluso en nombre de Dios.