Florencia, en el año 1501, fue testigo del regreso de Miguel Ángel Buonarroti, un pintor y escultor desconocido en su ciudad natal, quien fue comisionado para tallar una de las esculturas más famosas de todos los tiempos: El David, a partir de un bloque de mármol enormemente deformado. Sin embargo, las semanas pasaron y Miguel Ángel seguía bloqueado por la magnitud del trabajo y rendido ante la gigantesca piedra hasta que comenzó a escuchar la voz del mármol. A partir de ese momento, se inició un febril trabajo de cincelado, siempre bajo la presión de la fecha límite de entrega.
Mientras tanto, la vida de Leonardo Da Vinci se desmoronaba: perdió el ansiado encargo de esculpir El David, parecía no poder acabar ningún proyecto, estaba obsesionado con sus fallidos intentos por volar, a punto de morir en combate, sus diseños mecánicos fallaban estrepitosamente y estaba enamorado de una mujer que había conocido en el mercado, la esposa de un mercader. Esta mujer, llamada Lisa, se convirtió en su musa y aceptó pintar su retrato por encargo de su marido.
Leonardo menospreciaba la juventud y la falta de sofisticación de Miguel Ángel mientras que Miguel Ángel detestaba y veneraba al mismo tiempo la genialidad de Leonardo. Stephanie Storey logra transmitirnos de manera magistral cómo era la Florencia del siglo XVI, ciudad que se convirtió en el epicentro del mundo del arte durante aquellos años. También consigue entrar con una sensibilidad extraordinaria en las mentes y las almas de los dos grandes maestros del Renacimiento.