Cassandra sufría de sequía literaria y el vecino de al lado no ayudaba nada. No solo porque había conseguido obsesionarla con esa sonrisa que podía hacer subir el dólar, sino que también tocaba el piano como los ángeles. La distraía, vaya si la distraía. Y eso no podía ser. Tenía que entregar su libro y un artículo, eso sin contar que había convertido su vida y su apartamento en un desastre. Era hora de reformarse.