Gérard Fulmard, ex asistente de vuelo en paro, decide reciclarse profesionalmente y convertirse en detective privado. Busca a mujeres desaparecidas. Lo enredan para trabajar en un asunto turbio relacionado con un pequeño partido político. Se encuentra un cadáver y tiene que huir para escabullirse de la policía. En el momento clave se olvida de quitarle el seguro a la pistola… Nada le acaba de salir demasiado bien, o acaso todo le sale rematadamente mal. Es un antihéroe de manual. Pero Gérard no es el único personaje estrambótico de esta novela. Tenemos también a un político que frecuenta prostíbulos y mira fotos subidas de tono de la hija de su esposa; a una mujer que se autosecuestra para darse publicidad; a un psiquiatra de dudosa ética; a un taxista que recoge a un tipo herido de bala y se queja de que le está manchando el asiento, y hasta un tiburón particularmente voraz y un satélite soviético asesino… Y asoman también personajes reales con historias terribles, como el cantante israelí Mike Brant, que se suicidó en la cúspide de su carrera lanzándose desde la ventana de su apartamento parisino, o aquel estudiante japonés caníbal que devoró partes de una compañera de estudios después de asesinarla.