“El primer paciente que atendí con la COVID-19 fue el 5 de marzo de 2020. Creo que esta será una de las fechas que recordaré toda la vida. Hasta ese día, hasta el mismo instante en que tienes frente a ti a una persona contagiada con el virus que está causando tantos estragos, mis compañeras y yo seguíamos pensando que no nos tocaría.
Supongo que una, como mecanismo de defensa, tiende a negar la realidad hasta que la tiene a dos metros de distancia…”
Esta es la historia de una enfermera que luchó contra el coronavirus en primera línea, armada con una bolsa de basura y una mascarilla reutilizada. Pero, en realidad, es también la de todos los enfermeros y las enfermeras que plantaron cara al virus, esos a los que la sociedad llamó héroes, y por quienes aplaudía a las ocho, mientras ellos y ellas vivían con el miedo pegado a su espalda. Es el testimonio de sus lágrimas, temores y sacrificios, y a la vez de la inmensa felicidad que sentían cada vez que apagaban un respirador y entregaban el alta a un paciente.