Si de niño ya estaba obsesionado con la muerte, de adulto se convirtió en un diosmuerte. Con una mente llena de odio que no dejaba lugar para la ternura, la moralidad o el amor, no sentía más que placer al lastimar a los seres más débiles que él. Se preguntaba por qué no podía matar si todos acabamos muriendo de todas formas. Las voces no dejaban de atormentarlo, la de su madre, la de su padre y, posiblemente, la de todos los difuntos de la historia. Solo quería a Teo, quien murió ejecutado en una prisión estatal. Pero su madre, la verdadera culpable de todo, también había muerto. Su padre la maltrataba día y noche, como hizo con él mismo hasta que decidió abandonarlos y volver años después para cumplir su deseo de venganza contra la humanidad.
Un día, se encontró a las puertas de un cine en una noche lluviosa y vio a una chica atractiva pasar cerca de él. Una parte de él sintió curiosidad por ella y quiso hablar o salir con ella, pero la otra parte se preguntó cómo se vería su garganta estrangulada con unos pantis. Era el reflejo de su madre. Se sintió acelerado, con sudor frío y la voz de Teo en su cabeza repitiéndole “Mátala, mátala, no seas cobarde”. La siguió hasta el portal de su casa, y allí comenzó su historia.
“Mírame con desprecio, verás un idiota. Mírame con admiración, verás a tu Dios. Mírame con atención, te verás a ti mismo”. (Charles Manson).