Tom Wolfe, en su Hoguera de las vanidades, intentó plasmar la visión definitiva de la locura actual que es Nueva York, pero falló en el intento porque la locura es demasiado grande y demasiado compleja para un solo libro. La empresa de McBain es más modesta, y por esto más acertada, pero la locura también está ahí. Cada barrio, cada etnia, cada crimen es su propio mundo. Una sociología de la ciudad de Nueva York es una sociología del crimen.
Los policías que pueblan las novelas del Distrito 87 no son brillantes ni heroicos, no son el “caballero delustrado” como Chandler concibió a su detective privado.
McBain realmente tiene un gran conocimiento de la rutina policial, lo cual le permite utilizarla con habilidad, sin ahogar al lector en una plétora de detalles sin interés. También es un gran escritor de diálogos, sin padecer de los tics que tantos autores de policiacas han heredado de Chandler. Pero, sobre todo, lo que distingue a McBain y le da a su obra una fuerza poco usual es su capacidad de seguir indagando en la vida de la ciudad y de seguir sacando de ella cosas nuevas (David Hall).
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